Al diablo se le cayeron los cuernos... o tal vez los ocultó

16.3.08

de vuelta de vacaciones.
sur, norte.
ahora una demostracion de algo que estoy escribiendo... solo eso, una demostracion:

El tomar un libro ya es un suplicio. Abres en la pagina donde habías quedado unos días atrás, tratas de leer un par de líneas pero tu cabeza duele, tu vista se distrae fácilmente, tu espalda está tensa, tu posición es molesta, piensas en la mierda de asiento en la cual estás sentado, maldices el hecho de que sea un sofá, que supuestamente debería ser una “experiencia agradable”. Esto es todos los días, cada día, en cualquier lugar –piensas que tal vez no en cualquier lugar, pero da lo mismo, ahora maldices. Puedes haber estudiado una carrera “humanista” (no entiendo porqué siguen con ese nombre, no veo, por ninguna parte, que la literatura y el periodismo sean humanistas, una es pura alienación, la otra es puro morbo, y por favor, no hablemos siquiera de los psicólogos –seres inmundos) pero eso no significa –y ni siquiera te atrevas a contradecirme –que debes leer miles de páginas y sentirte a gusto con ello. Pero aun así, por una especie de peso social, lo haces (o lo intentas por lo menos) y cada cierto tiempo intentas agarrar un libro y despedazarlo con la mirada (si, por que a estas alturas, y creo que es mi deber decirlo, uno no lee, lo único que quiere es romper en pedazos ese libro, hacerlo mierda, que las hojas vuelen, que el cartón de la tapa se rasgue, se ensucie, por eso no tienes respeto por ese pedazo de “cultura” y lo doblas, y ocupas las contratapas como marca páginas siendo que en la tienda igual te entregaron, por lo menos, cinco). Lo único que intentas es, entonces, leer. Y te obligas y lees una, dos, tres palabras. Ahora son una, dos y tres líneas. Pero entonces llega la catástrofe. Llevas eso, tan poco, recién armándote de paciencia y una mosca se para en tu libro.

- ¡mosca de mierda! – el libro vuela y choca con el borde de la mesa.

- ¿qué te pasa? – pregunta ella. Y claro, pregunta así no mas por que sinceramente la molestaste. No le importa ni una mierda lo que te suceda a ti. Piensas que nunca le importó. Tal vez estás rotundamente equivocado, pero eso sientes en ese momento.

- ¿no podemos hacer nada con estas moscas? parecen gozar molestándome. No puedo ni siquiera leer ya.

- ¿y por eso te pones como bruto?

Bruja imbécil dices entre labios.

- ¿perdón?

- que no debimos venir en esta época del año. Tú sabes que siempre se llena de moscas. Odio las moscas. Bichos asquerosos.

- ¿y por eso te comportas así?

- a ver ¿Qué pasaría si fueran arañas?

- pero no son arañas

- ¿Pero qué pasaría si fueran arañas? –dices marcando cada una de las silabas, como restregándoselas por su cara, como escupiéndoselas en el rostro.

- ¡Pero no son arañas! Idiota. Además tú sabes que el insecticida está en la despensa. Anda y úsalo, y déjame tranquila. Imbécil. –toma sus cosas y se larga a la pieza. Tu te quedas mirando. Piensas que tal vez hiciste mal, y te insultas, y te dices que no te mereces esto, que no trabajaste tanto para esto, y la odias a ella (siendo que deberías odiarte a ti también, sabes perfectamente que andas como idiota, hasta tu mismo te lo dices).

El calor del verano, la casa de madera, las cosas no eran así antes. Esto debían ser vacaciones, esto debería significar descanso, reconciliación. Pero parece que no va a ser así, parece que las cosas no van a ser tan fáciles. No han sido fáciles desde hace meses ¿por qué lo serían ahora? Si, tienes más dinero; si, tienes un auto carísimo; si, tienes una televisión de plasma; y si, cada vez que te recuerdas de eso recuerdas lo cliché que suena, y sabes que la respuesta es aun más cliché –y todavía resuena en tu cabeza: hueco.

Tratas de calmarte, tratas de respirar profundo, y tratas de rearmar la historia. Total, para eso eres bueno, o por lo menos crees que es para lo que sirves. Y entonces cuentas. Uno. Dos. Tres…