Al diablo se le cayeron los cuernos... o tal vez los ocultó

12.5.08

Autoayuda

Cuando vives esperando un milagro todo te parece mágico. Tiendes a contar cada día, cada hora y cada minuto esperando que algo te ocurra. Comienzas a pensar en tus acciones como ya no tuyas, sino impulsadas por una fuerza mayor. El tomar ese autobús ese día, el retrasarte tantos minutos, el haber cerrado el libro en ese preciso momento, todo parece ser causa de una fuerza superior y comienzas a creer que cada evento será sino un gatillante de algo mayor. Entonces las miradas dejan de ser solo miradas y se convierten en diálogos y en posibles futuros, las personas ya no son unos cualquiera sino son un probable personaje, alguien que te llevará a otros lugares y te hará conocer lo que tanto estás esperando. Lo peor de todo esto es que esperas y esperas, pero no sabes que es lo que estás esperando. No hay un objeto particular, solo una esperanza de que ocurra un milagro. Que llueva dinero, que tu apariencia cambie, que alguien te diga que no perteneces a este lugar y que en otro lugar están todos expectantes con tu regreso, que tu eres la llave para todo, que tu eres él sujeto. Todo es posible y todo puede ser, y por ello te inunda un sentimiento de angustia, porque todo puede ser lo esperado. Cuando vives esperando un milagro miras al mundo con los ojos de un niño que sueña, pero que no suele despertar. Todo te parece complejo y todo está relacionado con todo lo demás, pero aun así crees poder abordarlo y simplificarlo a su estructura más básica. Comienzas a preocuparte por tus decisiones, por si es que estas realmente te llevarán a donde esperas llegar (que, como ya he dicho, no sabes dónde ni que es). Entonces comienzas a vivir en un sueño, y los sueños dejan de importar realmente. Es como si durmieras todo el día. Piensas tanto en el desarrollo de los eventos que comienzas a verte desde un angulo externo, dejas de pensar desde ti y piensas en ti como si fueses uno distinto. No eres tu quien está viviendo tu vida, es otro, es un sujeto que habita tu realidad, pero tu realidad no se convierte en más que una película, en un par de líneas de un libro. Comienzas a pensar que sabes lo que los otros responderán, comienzas a analizar cada cosa, cada evento, todo sobre suposiciones que solo tu conoces. Es tu vida, entonces, un juego o un sueño que se basa en tus reglas, y comienzas a olvidar que tus reglas no son las reglas del mundo. Y comienzas a sorprenderte con el tiempo de que no tienes el control de la situación, que no todo funciona como tu esperas, y te comienzas a desmoronar. Y es que los diálogos que has analizado y revisado por horas en tu cabeza no logran encajar, la gente no reacciona como esperas y comienzas a aterrarte, comienzas a evitar las decisiones. Y si estás obligado a tomarlas, sientes todo su peso contra tus hombros. Ya no te queda mucho, ves como comienzan a ocurrir cosas que nunca esperaste que ocurrieran, y esas cosas siempre estuvieron ahí, pero estuviste tan ciego. Te has esforzado tanto por lograr aquel milagro que olvidaste que tu no dependes del milagro, tu ya eres, tu ya estás ahí, y no es como si el milagro te hiciera de principio a fin. Puede que los milagros no existan, pero tampoco es el asunto aquí, capaz que el milagro ya ocurrió y tú ni siquiera te has dado cuenta, puede que un milagro sea tan espectacular que escape a tu vista. Has dejado de soñar hace tanto porque has vivido un sueño, has dejado de ser ti tanto tiempo por no dejar de mirarte, has pensado que el reflejo eres tú, y que tu eres sino tan solo el reflejo en el espejo, pero no es así. Tú eres el que ha prendido la luz del baño y quien ha tomado el jabón del lavabo. Tu reflejo es tan solo eso, un reflejo. Tú no eres un reflejo, si tú fueras un reflejo no serías tú, no existirías, y has olvidado eso. Crees que eres solo un espectador cuando eres tú el verdadero actor de la historia. Pensaste que tú eras solo un personaje secundario, pero estuviste viéndote durante toda la función. Fuiste iluso, te perdiste en tu propio juego, porque nadie lo puso allí para ti, fuiste solo tú.

Seguramente estás cansado. Me lo imagino, es cansador siempre mirarse, siempre estar por encima de ti mismo. De intentar verte en la montaña desde lejos, porque tendrías que tener una visión que te permitiera dar la vuelta al mundo ¡y capaz la tengas! Te has esforzado como ningún otro, y en tu propio sufrimiento has logrado cosas grandes. Puede que no hayas completado todo aun, puede que te falte bastante, pero hay tiempo aun, por lo menos estás ahí y ellos también están ahí, y tú lo sabes. Y conocerás muchos más, y podrás hacer muchas cosas y puede que, finalmente, ocurra un milagro. No lo se, puede, incluso, que ya te haya ocurrido. Por mientras sigue escribiendo, ya no falta mucho para terminar esto, después podrás comenzar uno nuevo, y de seguro te gustará.

7.5.08

Quimeras

Lo que me despertó no fue ni un ruido ni preocupación, sino la simple sensación de sed. Y es que igual habría podido seguir acostado, intentando dormir, pero quería que todo fuese lo más “natural posible”. Aunque, claro, todo era menos natural. Me habría ido a acostar a eso de las ocho de la tarde (habría pensado que para levantarme al otro día a las seis y media de la mañana tendría que acostarme temprano, y conociendo mi falta de sueño, seguramente me demoraría en dormir). A las ocho, entonces, apague el televisor, me puse los audífonos y escuché un rato música. A eso de veinte para las nueve tomé el libro que me había regalado para mi cumpleaños, un libro por un japonés, Murakami, y habría leído unas diez páginas hasta que comencé a sentir como el cuerpo se me ponía cada vez más pesado. Supuse que tenía sueño, así que apagué la luz e intenté dormir. Como todas las veces que lo hago me di vueltas y vueltas e intente no hacer nada más que concentrarme en no pensar nada (cosa, que por lo demás, es como paradójica. Es como pensar en no pensar, básicamente) en eso se pasaron cuatro horas en las que, difícilmente, puedo decir que dormí.

A las doce, doce y media mas o menos, me dió sed. Como les contaba, en realidad no habría tenido que levantarme a tomar agua, pero por ser más “natural” con mi “proceso de sueño” lo hice (más bien lo natural lo pensé en cómo se vería más despreocupado, como si alguien estuviese allí evaluando mi proceso de sueño). Me levante, medio dormido, medio despierto, y caminé hacia el baño. Cuando prendes la luz en este estado es como si te golpearan directo en a cara. Por sobre la nariz y entre los ojos. La luz te enceguece y golpea, y cuando puedes comenzar a ver mejor, ves tu rostro con una mueca horrible. Está como congestionado, con tu nariz respingada por la mueca de tu boca y tus ojos a medio cerrar con el ceño fruncido, como si hubiese una pestilencia horrible e intentaras que no entrara por ninguna parte tuya, sean estas tu nariz, tu boca e incluso tus ojos. Pero no hay pestilencia, la pestilencia es la luz. Me acerco entonces al lavamanos y abro la llave. En ese momento lo sientes, tú pié en un charco de algo. Miras hacia el suelo y ves las pequeñas pozas de un líquido transparente. Has sido cuidadoso y nos has botado nada de agua, sabes perfectamente que no fuiste tú. En tu casa están, aparte de ti, tu hermana, tus padres y tu abuelo. Y aquí sale el detective en acción. Sin pensarlo te pone en cuclillas y con dos dedos tocas el charco y te acercas los dedos para oler. Tu olfato está pésimo (obvio, vienes recién levantándote, con una confusión enorme con tus sentidos), así que te toma tiempo en poder encontrar olor. Al principio piensas que es agua, pero estás equivocado. Ahora, no pudo haber sido tu hermana, porque las mujeres no tienen este tipo de accidentes, y tu padre ocupa el baño al otro lado de la casa, asi que habría sido poco coherente que haya sido él. Por otra parte tu abuelo sufre de incontinencia, y si, es muy probable que la orina sea de él. Al principio no me dio asco, pero creo que fue, en parte, porque estaba aun dormido. De a poco la rabia comienza a invadirme y al final me encuentro insultando al aire y maldiciendo la situación. Tengo que levantarme al otro día, a las seis y media de la mañana y ahora, que son las doce, debo encargarme de limpiar el baño. Tomo la decisión de hacer una limpieza “flash”, hecho un poco de Cloro y de Lisoform. Baño el suelo en ellos y comienzo a trapear. Lo dejo secar un rato mientras me lavo los pies frotándome el jabón hasta que duele. Una vez seco salgo para tratar de relajarme un poco. Todo el sueño se me ha quitado, y ahora me será imposible retomarlo hasta en un buen par de horas. Lo que significa, seguramente, que tendré que pasar de largo esta noche. Vuelvo al baño porque me bajan las ganas de orinar, y ahora el problema es la pestilencia. No es que no sepa que la orina no sea pestilente, al contrario, pero lo que me sorprende es que, de la orina de una persona, un baño limpio se transforma automáticamente en un baño de un bar de mala muerte. Ese olor, que yo pensaba se daba debido a la mezcla de olores de las orinas de los distintos tipos que ocuparon el baño, es sino el olor de la mezcla de los productos de limpieza con la pura orina de mi abuelo. Ese olor acido y penetrante, que pareciera te perforara las fosas nasales. Ahora la mueca no es por la luz, es por la pestilencia, es por evitar que entre en ti. Orino, pero luego echo kilos de desodorante ambiental tanto al aire como al suelo. El problema es que el baño da justo a la puesta de mi pieza, y creo que el olor invadirá luego mi lugar. Así, sin sueño y preocupado del baño entro a mi pieza y me acuesto. Pero ahora no puedo sino mirar hacia el techo fijamente, esperando que, por milagro, me quede dormido.

Todo esto no sería nada, solo una anécdota, sino fuese por lo que a continuación me ocurrió. Preocupado todavía por lo del baño, me encuentro mirando fijamente al techo. Los ojos abiertos completamente, ni siquiera pestañeo. No quiero moverme, no quiero hacer nada que pueda despertarme más. Una sola acción y todo se puede volver a echar a perder. Usualmente en este punto es cuando tus sentidos se hipersensibilizan, y podrías escuchar una aguja caer. Es tanto así que el ruido de esa aguja podría, perfectamente, perforarte los oídos. Es el punto en donde todo te puede afectar, incluso el sonido de tu propia respiración se convierte en una molestia. Ese fue el momento donde lo escuché. Al principio no le di real importancia, y pensé simplemente que era el reloj. Pero inmediatamente me di cuenta que no era así. Un repiqueteo que no parecía marcar nada. Una especie de sonido de mecanismo, como un engrane que se mueve bruscamente. No es un péndulo, un péndulo haría un ruido temporalmente exacto, un pulso. Esto no es un pulso, parece serlo al principio, pero luego se apresura bruscamente y se detiene. Pero tampoco es un engrane, no tiene aquel sonido metálico. Es un sonido de madera, un engrane de madera. Y tampoco es el reloj, porque el sonido no está en aquella muralla del living, sino que está afuera de mi pieza, en la intersección de la pieza mia, con la de mi hermana y la de mi abuelo. Es un mecanismo de madera, pero es un mecanismo vivo. Es como si estuviese revisando cada una de las piezas. Y lo escucho acercarse a la pieza de mi hermana, pero yo sé que ella está a salvo, ya que duerme y no puede ser molestada. De mi abuelo se puede decir lo mismo. Pero yo, yo estoy aterrado. Lo siento moverse fuera de mi pieza, y escucho ese mecanismo, y puedo escuchar sus apéndices (porque no son brazos, ni piernas, son más bien como largas patas de araña) y puedo escucharlo viéndome. Intento quedarme lo más quito posible, me hago el dormido. Cierro los ojos y solo me dedico a escuchar. Eso sigue allí, fuera de mi pieza. Y lo escucho mirarme, con aquel único ojo entre todo ese gran engranaje de madera. un ojo que simula un lente de cámara, ajustando la distancia y el enfoque. No cruza la puerta, pero está afuera, esperándome. Sabe que estoy haciéndome el dormido, y él solo me espera. Aprieto fuerte con mis manos mi almohada, pienso que debo dormir, que más rato tengo clases. Pienso también que él está ahí esperando. Lo puedo escuchar, si él tuviera corazón podría escucharlo. Sus latidos de madera.

Son las tres de la mañana, y despierto porque alguien entra al baño. Lo escucho abrir la tapa del váter, orinar, tirar la cadena, abrir la llave del lavamanos, lavarse las manos luego secarse. Odio que dejen la tapa del váter abierta. Cuando abre la puerta pregunto quién está ahí. Es mi abuelo. Le comento lo que sucedió con la orina y me pide disculpas, me dice que no se había dado cuenta. Le digo que para la próxima se fije más. Me dice que no pudo hacerlo, que para la próxima lo hará. Que seguramente le pasó porque se había puesto nervioso. Que había querido salir pronto del baño, porque había escuchado a una quimera de madera moviéndose por la casa y lo único que él quería era evitar encontrársela y dormir.