Al diablo se le cayeron los cuernos... o tal vez los ocultó

12.6.08

una mujer hermosa

El niño que enloqueció de amor no enloqueció por ello, más bien porque estaba loco se enamoró. Esto lo sé muy bien porque yo estoy enamorado de una chica, y a veces la veo por la calle. Hay días que tiene el pelo rubio, otros completamente negro. Hay veces que lo tiene corto, otros largo. Ojos azules, verdes, pardos. Algunos días está más alta que el día anterior, a veces empequeñece. A veces sube de peso, y hay otros días que está sumamente flaca. A veces la veo por la calle. A veces la busco, pero no la persigo. Sería sumamente desagradable que pensara que la estoy acosando, así que la veo a la lejanía, esperando un día poder acercarme a ella. Entonces a veces llega ese día y cruzamos un par de palabras. Generalmente son palabras bobas, sin mucho sentido. Algunas veces le caigo bien, otras le caigo mal. A veces ni siquiera hablamos. Pero cuando hablamos, y hablamos cosas interesantes, hay veces que la invito a salir. En ocasiones vamos a tomar un café, otras veces vamos a fiestas. A veces todo es muy tranquilo y solo vemos una película, a veces hacemos largos viajes haciendo cuanto nos permitan nuestras fuerzas. Hay veces que solo conversamos. Y todas esas veces lo único que quiero es conocerla, saber como es. Pero muchas veces yo ya sé como es, y es por eso que todo termina. Porque hay días que la conozco, y resulta que no era ella, era otra. Y los ojos y el pelo, y las conversaciones y las salidas, todo no era de verdad, porque de la chica que estoy enamorado no es ella, es otra. Y hasta ahí llega el amor, hasta ahí llega la fantasía. Entonces me despido, con una sonrisa en la cara, le digo que ahí nos veremos, aunque muchas veces no sea así. Salgo a la calle, miro alrededor y entonces la veo. Allí está la chica de la que estoy enamorado, esta vez de pelo largo y negro, de piel morena y unos ojos hermosos.

Un amigo una vez me dijo: “estás enamorado de una mujer hermosa, lo único malo es que ella no existe de verdad”.

9.6.08

RIOT

Prologo.

Como yo, supongo que tú has visto, también, muchas veces el fin del mundo. Yo lo vi miles de veces. A veces iguales, a veces distintas. Yo lo he visto en sueños, en fantasías. Lo he visto en los ojos del otro. Y tal como yo, supongo que tu tampoco esperabas esto.

El primer indicio se dio en las grandes ciudades. Los grandes atochamientos de tráfico habían venido en crecida en los últimos diez años. La producción automotriz, sin importar el precio del petróleo y de las nuevas tecnologías híbridas, tuvo un alza sorprendente. Se estima que cada familia goza, por lo menos, de un vehículo motorizado y que su uso es diario. Lo de los atochamientos habían crecido y se habían convertido en un tema tan importante que movimientos civiles comenzaron a gestarse. Primero manifestaciones pacificas, luego pequeños grupos terroristas. Se reclamaba contra todo, contra todos. No tan solo el gobierno, las empresas privadas, las organizaciones internacionales, incluso el consejo de vecinos que corresponde a tu sector se vieron invulucrados. eran civiles contra las organizaciones, las organizaciones contra los civiles, civiles contra civiles, organizaciones contra organizaciones. El asunto, todos sabían, no estaba en manos de nadie, pero a alguien todos debían reclamar. Todos querían hacer uso de las autopistas, de sus propios vehículos, y con los años y el crecimiento notorio (estamos hablando de un ruido infernal de fondo, de atochamientos que se desdibujaban y formaban líneas multicolores donde los autos parecían perder sus límites físicos, de una velocidad promedio de 1 k/h) más y más autos salían a las calles. Con todo esto obvié mencionar el hecho de que la población mundial había crecido a tal nivel que las mayorías de las reservas forestales tuvieron que ser taladas para poder generar nuevos espacios urbanos, nuevas viviendas y nuevos centros comerciales (que, hoy por hoy, no solo alojan lo peor de nuestro consumismo, sino también a los hospitales, escuelas e incluso instituciones gubernamentales… si no me crees anda y date una vuelta por la alcaldía más cercana, es muy probable que en menos de dos minutos ya te hayan ofrecido dos cafés de Starbucks, cuatro hamburgesas de McDonalds, y seguramente alguna que otra basura de Ikea) asi que puedes imaginar la enorme envergadura que un problema de superhabit de vehiculos podria significar. Con todo esto no era más que esperar que algo ocurriera, pero, como te dije en un principio ni tu ni yo imaginamos que justo esto era lo que iba a ocurrir.

Un 10 de Junio, en medio de un atochamiento en la enorme (de hecho, hoy es una de las más grandes ciudades del mundo) Buenos Aires, los automovilistas comenzarían a bajar de sus autos. Dicen que fue a eso de las 18:00hrs, las imagenes no se verían hasta tres minutos despues y ya estaban todos ellos fuera de sus automóviles. Nadie sabe si fue uno solo quien movilizó a todos o si existió algo así como una conexión entre todas esas personas, pero en ese momento, en ese mismo minuto, todos apagaron sus radios, los motores de sus vehículos y salieron de sus autos casi en un unísono. Por un par de minutos la ciudad quedó sumida en uno de los más profundos silencios que habían tenido en años. Oficinistas, amas de casa, estudiantes, jubilados, madres con sus niños, policías, todos bajaron de sus autos en un acto casi solemne. Es como si hubieran caído en un estado hipnótico, una hipnosis colectiva. Porque mientras ellos estaban allí, todos los que nos encontrábamos cerca de un televisor veíamos atónitos las imágenes que recibían las noticias con sus cientos de módulos aéreos. a la vez muchas señales comenzabana pasar videos aficionados del surgimiento, la emergencia de estos automovilistas (si, en serio, era como verlos emerger de un mar de metal). emerger y luego sumergirse en ese atemorizante silencio. Pero, lamentablemente, el silencio es un estado efímero, no dura para siempre. Tan rápido como uno logra pensar cuanto quisiera tener un disco para grabar aquel momento, las miles de personas entraron en un estado de rabia intensa y comenzaron a destruir cada uno de sus vehículos. Veias a abuelas, niños, madres, policías, punks, abogados, todos destrozando como bestias salvajes cada uno de esos vehículos. Y no era que solo les golpearan una patada o dos, ellos literalmente despedazaban esos pedazos de metal y fibra de vidrio con sus manos. Veías como la sangre de sus dedos manchaba la pintura metálica de cada uno de los fiats, hyundais, subarus, citroëns, BMWs. Como volaban los pedazos de autos utilitarios, sedán, deportivos, citycars, autobuses. Como eran desmembrados autos viejos, nuevos, de segunda mano, recién sacados del taller. Todos destrozados por una horda de caníbales que arrancaban cada pieza sin importar lo que a sus cuerpos ocurriera. Desde las autopistas elevadas caían chasises enteros. Mi sobrino me pregunta espantado porqué los autos no explotan y yo no le puedo responder que aquello solo ocurre en las películas, estoy tan sumido en el horror de aquella imagen que no puedo siquiera sostener la Coca-Cola que tengo en mi mano. En el mall en el que me encuentro comienzo a escuchar gritos y la gente comienza a desesperarse, y allí es cuando lo escucho, el chirrido de los neumáticos, el estridente sonido de los choques, y el agudo sonido de las uñas rompiéndose al intentar arrancar las puertas de una Suburban Volvo. No podemos salir, estamos atrapados. Ya no son solo las calles de Buenos Aires, todas las capitales se han sumado. Todas las ciudades grandes. Las antiguas metrópolis, las nuevas urbes, todas sus calles tomadas por enfurecidos conductores. No, conductor ya no es la palabra, no puede ser la palabra para un sujeto que destruye lo que conduce. Tal como no se puede llamar a un sujeto padre cuando ha matado a su hijo. Mi sobrino se agarra de mi pantalón, me dice que su mamá está afuera. Le digo que no se preocupe, que debe estar bien. Me dice que no, que no diga estupideces. Cuando un niño de 5 años te dice que no digas estupideces, es porque has dicho algo sumamente estúpido. Lo tomo en brazos y trato de huir a alguna parte. El problema de “huir a alguna parte”, es que no huyes a ningún lugar en particular, así que lo único que hago es correr con la multitud.

Para serte sincero, en este punto es cuando me da un poco de vergüenza. Debí haber corrido sin sentido por, a lo menos, una hora. Corrí un maratón con tal de ver que cresta hacer. Cuando sabes que la cagada está quedando afuera, y estás cercado en un lugar que no es casa, intentas buscar el método de salir. Pero salir es justamente lo que no debes hacer. Y por eso, cuando mis piernas no daban más del dolor de correr sin sentido, con 20 kilos en mis brazos, me detuve a pensar fríamente. Miré a mi sobrino, me pregunto qué haríamos, yo le dije que esperaríamos. Sus ojos estaban rojos de lágrimas, pero te aseguro él no sabía por qué lloraba, tal como yo no sabía por que corría. Entonces nos sentamos en un rincón, donde la multitud no nos molestara. Me preguntó que íbamos a esperar. No supe que responderle. Me preguntó que por que la gente tampoco iba a esperar. Le dije que no lo sabía. Me pregunto qué iba a pasar, y yo le dije que todo iba a estar bien.

Vivimos por una semana en aquel mall. Hasta hoy no sabemos qué pasó con su madre.

Bueno, tal vez también sabes parte de la historia. Pero quería contextualizarte él como partió todo esto para mí. Ahora, creo que debes aprovechar de tomar ese café, porque una vez que comienze no me detendré hasta contarte todo lo que se hasta el momento que te encontré. Por lo menos aquí estaremos seguros un buen tiempo. Una vez te explique por lo que he pasado, tú me podrás explicar que cresta pasa en este lugar y no aceptaré un no como respuesta. Al final, debes entender, que soy yo quien tiene la pistola.